
Recordabas ayer, la primera vez que fuimos juntos al Palacio San José.
Bueno, que intentamos ir, porque en medio de la lluvia de invierno, después de bailotear zigzag patinando en la ruta embarrada, nos empantanamos.
Yo de aquel viaje recuerdo mejor, una noche, en Concepción. Sería por efecto de mi naturaleza fantasiosa, pero presentía murmullos de amor de la Delfina, filtrándose entre la llovizna.
Pancho Ramirez y la Delfina… ¿Cómo no iba a inflamar mis fantasías de enamorada, aquella historia de amor entre el caudillo entrerriano y su amante?
Vos, en cambio, me escuchabas con reparos el relato de la leyenda.
Fue en 1821, Pancho Ramirez huía de la derrota de Río Seco, con las tropas enemigas persiguiéndolo, pegadas a sus talones. La Delfina iba a la carrera a su lado, a compartir la suerte final con el caudillo, para el cual había sido mujer y soldado, la prisionera y la coronela... Estaban en la hora de las irremediables consecuencias.
Ella era un jinete bravío. Sabía de batallas y privaciones, en los últimos tiempos, éstas, la habían adelgazado tanto que parecía un muchachito en su uniforme militar, así que ligera como el aire, su montura volaba. Si se aferraba a las riendas clavándole las uñas, era por miedo al destino de su Pancho.
Los caballos que conocían el camino, corrían como mordidos por el demonio, cruzaban las distancias buscando el refugio donde salvar la vida y reorganizar la pelea.
Pero no pudo ser. El caballo de la Delfina se mancó. Él, que perseguía la libertad, escuchó la rodada o la ausencia de la mujer, y volvió a buscarla.
Los enemigos la habían alcanzado y comenzaban a desnudarla, ella en medio del espanto, lo vio venir en su rescate.
- Seguí pancho, seguí...- Imploró, sabiendo la inutilidad del ruego.
El Supremo no iba a abandonarla. Debió calcular alzarla a la carrera y sostenerla a la grupa. La suerte les fue adversa.
Él cayó con el corazón lanceado, y la Delfina vio la cabeza de su hombre coronando la pica.
La historia está atestada de anécdotas de amor, de amantes elegantes, apasionados, astutos; a mí, la historia de estos dos, queriéndose con tanta fidelidad en medio de los horrores de su tiempo, es una de las que más me conmueve.
Por ello es que aquella escapada nuestra a la Mesopotamia, cuando éramos apenas, un profesor y una alumna, jugando juegos nocturnos de deseo; fue para mí, impregnarnos de la fuerza que la tierra chupó de tanta desventura, coraje y por sobre todas las cosas, amor de los buenos.