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Mi amigo Jorge, es un inglés estricto a la hora de hacer cumplir sus anticuadas normas. En su casa, no había posibilidad alguna de desacatar sus órdenes.

Por eso, cuando la hija mayor encontró un trabajo en la Patagonia y se marchó, él sospechó que no se iba sola, y un día le cayó de sorpresa, dispuesto a hacerla regresar.

La chica, que vivía con su pareja, cuando vio al padre al abrir la puerta, ante lo irremediable, lo invitó a tomar un té en la cocina.

Jorge me contó, que cuando vio las tacitas ingenuas, los frascos adornados con volados y lacitos en las estanterías, sintió tanta ternura, que regresó sin decir ni mu.

El amor puede más por suerte, genera la comprensión y ésta la dicha.

Hay que ver como chochea con sus tres nietas.

El beso

Publicado por Umma1 marzo 17, 2008 Etiquetas: , , , , 30 comentarios



Científicos o amas de casa, todos somos rehenes de una ingenua curiosidad que nos acerca al culebrón.

Veía un documental acerca de El Beso de Klimt, dedicado a buscar la identidad de los amantes que aparecen en la tela.

Hay consenso acerca de que es el propio Klimt el hombre retratado.

Pero ella. ¿quién es ella?

Acaso Adele Bloch-Bauer, que inspiró su Afrodita?



Talvez Hilde Roth, su estimada modelo.


O Emilie Flöge, su compañera y amiga por más de 20 años?


Allá estamos todos, con o sin disimulos, rendidos al pie, intentando serenar nuestras propias pulsiones, a través de ajenas y apasionadas historias, para “significar” el cuadro.

Los valores se motorizan, las categorías de lo correcto y lo incorrecto flotan en los juicios de los investigadores, ¿y porqué no en los nuestros, meros espectadores? Existe el deseo manifiesto por parte de los historiadores del arte, de encontrar en la escurridiza figura a la Flöge, en homenaje a sus virtudes como camarada.


Todo sacrificio ha de recibir su recompensa ¿será?

Klimt tuvo amantes y modelos como tréboles hay en los campos. Pudo ser cualquiera, la más ignota, aquella que no respondió a sus pretensiones y por eso quita artera la boca. Sin embargo los herederos de las candidatas pugnan por posicionar su “abuelita” como la musa inspiradora. ¿curioso, no?

Ayyy!!

Esto me recuerda a nuestro Homero Manzi, mujeriego incorregible, que cuando "Malena" se convirtió en un éxito, a cada amante le juró lo mismo:

- Me inspiré en vos.-

¿ Serán causas parecidas, las que llevaron a Klimt a cambiar tantas veces el aspecto de esa obra?

¿?

La Delfina

Publicado por Umma1 octubre 16, 2006 Etiquetas: , , , 25 comentarios



Recordabas ayer, la primera vez que fuimos juntos al Palacio San José.
Bueno, que intentamos ir, porque en medio de la lluvia de invierno, después de bailotear zigzag patinando en la ruta embarrada, nos empantanamos.
Yo de aquel viaje recuerdo mejor, una noche, en Concepción. Sería por efecto de mi naturaleza fantasiosa, pero presentía murmullos de amor de la Delfina, filtrándose entre la llovizna.
Pancho Ramirez y la Delfina… ¿Cómo no iba a inflamar mis fantasías de enamorada, aquella historia de amor entre el caudillo entrerriano y su amante?
Vos, en cambio, me escuchabas con reparos el relato de la leyenda.
Fue en 1821, Pancho Ramirez huía de la derrota de Río Seco, con las tropas enemigas persiguiéndolo, pegadas a sus talones. La Delfina iba a la carrera a su lado, a compartir la suerte final con el caudillo, para el cual había sido mujer y soldado, la prisionera y la coronela... Estaban en la hora de las irremediables consecuencias.
Ella era un jinete bravío. Sabía de batallas y privaciones, en los últimos tiempos, éstas, la habían adelgazado tanto que parecía un muchachito en su uniforme militar, así que ligera como el aire, su montura volaba. Si se aferraba a las riendas clavándole las uñas, era por miedo al destino de su Pancho.
Los caballos que conocían el camino, corrían como mordidos por el demonio, cruzaban las distancias buscando el refugio donde salvar la vida y reorganizar la pelea.
Pero no pudo ser. El caballo de la Delfina se mancó. Él, que perseguía la libertad, escuchó la rodada o la ausencia de la mujer, y volvió a buscarla.


Los enemigos la habían alcanzado y comenzaban a desnudarla, ella en medio del espanto, lo vio venir en su rescate.
- Seguí pancho, seguí...- Imploró, sabiendo la inutilidad del ruego.
El Supremo no iba a abandonarla. Debió calcular alzarla a la carrera y sostenerla a la grupa. La suerte les fue adversa.
Él cayó con el corazón lanceado, y la Delfina vio la cabeza de su hombre coronando la pica.
La historia está atestada de anécdotas de amor, de amantes elegantes, apasionados, astutos; a mí, la historia de estos dos, queriéndose con tanta fidelidad en medio de los horrores de su tiempo, es una de las que más me conmueve.
Por ello es que aquella escapada nuestra a la Mesopotamia, cuando éramos apenas, un profesor y una alumna, jugando juegos nocturnos de deseo; fue para mí, impregnarnos de la fuerza que la tierra chupó de tanta desventura, coraje y por sobre todas las cosas, amor de los buenos.



Una pareja amiga, gente de letras ambos, sostenía la fantasía de una isla de destino. Sin saberlo, como buenos paganos, inventaban un paraíso tan distante, que nadie pudiera interrumpirles la felicidad de estar a solas.


Coincidían en la descripción, pero tenían un punto de desacuerdo en el nombre. Él inventaba apelativos y ella los rechazaba:

- La isla sin nombre.- Porfiaba.

Él insistía con otro. Luego de la lucha verbal, acordaban en que la isla innominada era tan solo aquella de la canela.

Hoy revisando unos documentos del egiptólogo Abraham Rosenvasser, di con una reseña crítica al cuento más antiguo conocido hasta la fecha.

Pertenece a la literatura del antiguo Egipto y tiene por tema las peripecias de un marino náufrago. El argumento tiene similitudes con La Odisea, pero es anterior, del siglo XX a.C. Justo ahora que se habla de la influencia hitita en las epopeyas Homéricas se funden las fuentes.

Pero mi impresión no fue literaria, sino que se relaciona con el saber inconsciente que guardamos como especie. No creo casual que mi amiga deseara mantener a su isla sin bautismo. En tanto mágica, su nombre debía ser un saber oculto en el corazón de los iniciados, o sea: ella y él.

En el cuento egipcio, el náufrago llega a una isla de riquezas sin fin donde reina un dragón, que luego de escuchar el triste relato de los sufrimientos del hombre, le dice:

Pasarás mes tras mes, hasta que hayas completado 4 meses. Entonces vendrá una nave de la capital de Egipto tripulada por marineros que tú conoces y te irás con ellos al Egipto. Y sucederá no bien hayas partido de este lugar, que nunca más volverás a ver esta isla, porque se hará una con el agua… Arribarás al Egipto en el término de dos meses, estrecharás a tus hijos en tus brazos, renovarás tu vigor en tu ciudad y allí morirás y serás enterrado.”

Para los egipcios era la isla del incienso, la Atlántida de los clásicos, la San Brandán de los marinos medievales, El Dorado en América. Una isla maravillosa que se ve y no se alcanza, pero si ocurriera, nunca más se vuelve a distinguir.

Ella, seguramente entrevió este periplo que cita Rosenvasser. La tempestad, el naufragio, el país extraño, el retorno cierto cargado de riqueza, bah, la vida y el conocimiento…

En algún sitio estará la isla sin nombre de mis amigos. Él tiene aún larga navegación por diferentes mares antes de encontrar esa tierra maravillosa donde ella le espera.