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Hace nada, un equipo en investigaciones sensoriales del Conicet, comparó 1400 oraciones (pronunciadas en porteño) con otras tonadas del mundo, y descubrieron que nuestros acentos tonales, se asemejan al del dialecto napolitano.


Esto no tendría mucha importancia fuera del universo de la lingüística, si no fuera por las aplicaciones a la que se dirige la investigación, desarrollada, al parecer no para un mejor entendimiento de nuestras determinantes histórico-culturales, sino para la tecnología.
Se dice que servirá para mejorar las comunicaciones, en tanto se acrecienta la comprensión del mensaje.

Y ahí se desnuda este mundo en el que vivimos. El ejemplo lo dan ellos mismos. Si un madrileño nos deja un mensaje de voz en el celular (móvil), vamos a tener que escuchar dos veces para decodificarlo, porque su entonación se nos hace incomprensible.

Es verdad, les pasa a los españoles cuando ven cine argentino, nos pasa a nosotros cuando vemos el suyo, hay parlamentos enteros que se nos pierden.

Entonces, ahí viene la panacea, la mejora en la comunicación se nos garantiza, gracias a este descubrimiento, si limpiamos las voces de la entonación de origen y las oímos en una asepsia de robot que nos permita la compresión en el menor tiempo posible.

Tiempo, esa es la clave. Ganarlo. Yo me pregunto si al tiempo se lo podrá depositar en un banco y que interés rendirá al cabo de una vida. ¿Qué ganancia tengo, si un traductor de entonaciones, borra las voces de mis amigos que están del otro lado del mar, o más allá de la cordillera, o al norte del continente? Si me llegan palabras desprovistas de sus sutiles modos, de sus graves, de su calidez, de todas las particularidades de la voz, que permiten palpar el estado de ánimo del que me habla y se guarda en mi memoria como un registro del tú a tú, ¿Cuántos segundos gano?

Qué sociedad falaz, inconsistente que pretenden hacer de nosotros.

Hermano, decodifiques de una o no, la parca igual te espera a la vuelta de la esquina.