Soy dadora de sangre desde el 93, en que a los alérgicos nos aceptaron a pesar de los antígenos.
Desde hace un tiempo, estoy apuntada a un grupo, que dona para hospitales de Capital. Cada donante lo es de uno en especial, a mí me toca el del quemado. De esta forma se trabaja para que haya stock, y que no debe cada paciente salir a los medios a tocar corazones.
Quienes organizan esta tarea humanitaria son personas mayores, se relacionan con la Obra social de Jubilados, PAMI.
Y, como son mayores, conservan ciertos rasgos de urbanidad que solían hacer la vida más sana.
Son educados, tienen clase. Están en el detalle. Y practican algo desaparecido: el dar las gracias.
No por la sangre, la sangre no se agradece. Se reconoce el tiempo invertido que se saca de otro lado donde también es necesario; la buena voluntad; la capacidad de postergarse en pos de la necesidad del semejante, ¡Vamos! la solidaridad...
En fin, eso de agradecer es cosa de viejos… pensarán algunos.
Son tan correctos, que cuando llega el cumple de un donante, le mandan una cartita, lo llaman por teléfono.
Por los festejos del 25, unas señoras habilidosas de las que conforman el equipo, armaron pequeños telares, y diseñaron unas tarjetas... tan hermosas que la que recibí la voy a enmarcar.
Tiene la grandeza de la patria en su fondo dorado, la humildad del pueblo en una arpillera, y la bandera, hecha hilo a hilo, por unas manos generosas. Están ahí todos los componentes de lo que debería ser la patria…. Porque la patria, al final de cuentas somos nosotros.
Si no lo hacen, consideren la posibilidad de convertirse en donantes.
Uno da un pedacito de la propia vida para ayudar a que otro siga viviendo.
No duele, es seguro e ireemplazable.