Me gustan mucho los
árboles, la mayoría de los de mi barrio, dan flores. Por eso los
fotografió y de algunos tengo registros de décadas.
En la pasada primavera los observé lánguidos.
Las rosas chinas con los bordes de sus hermosas flores arrugados. Árboles que
se cubrían por completo de flores de algodón, casi no florecieron, tampoco el
jacarandá.
Los verdes variados del follaje, apagados, anémicos, y la aparición de hojas amarillas, secas, como si en medio del calor infernal, nos encontrásemos en otoño.
¿Será cosa de mi mirada? Me pregunté. ¿Estaré bajoneada?
Los verdes variados del follaje, apagados, anémicos, y la aparición de hojas amarillas, secas, como si en medio del calor infernal, nos encontrásemos en otoño.
¿Será cosa de mi mirada? Me pregunté. ¿Estaré bajoneada?
No estaba deprimida. Al
comparar las fotos comprobé que no me engañaba.
El color deslucido, cuando
no las hojas y aun ramas desfallecidas caían hacia las veredas remedando sauces
llorones.
Buenos aires fue una ciudad
templada. Las 4 estaciones estaban bien diferenciadas. Veranos
soportables, otoños que envolvían las calles con luz dorada. Inviernos fríos.
Primaveras ventosas.
Ese era el clima en que nació
y vivió nuestra vegetación.
Los inviernos se acortaron
extraordinariamente, no llegamos a 15 días de bajas temperaturas. El calor extenuante
se extiende por la primavera, el verano y el otoño. Cambió el régimen pluvial.
Ahora, luego de días insoportables, arrecian grandes tormentas o, llueve varias
veces por semana.
Los insectos que conviven
con nosotros son otros, muchos me son familiares de los tiempos en que viví en
Río de Janeiro. Ergo, podría ser que los
árboles no hayan podido adaptarse a la velocidad de los cambios y, están producen
síntomas.
Me da pena, porque si es
así, poco podremos ayudarlos.
Vendrán otras especies,
claro. Pero el daño a la variedad, está hecho.