Fines de 1980, comienzos de 1990
Cuando mi hijo era chiquito, casualmente, frecuenté mucho esa esquina. Mi madre tenía la manía de regalarle, cada día, un juguete, a su único nieto, con la excusa que para mimar están los abuelos. En el barrio de San Cristóbal se reunían las jugueterías mayoristas, que ofrecían mejor precio y variedad.
Para esos chiches cotidianos, nos habíamos hecho clientas fijas de la que funcionaba en el amplio y hermoso local de Matheu y constitución. Una casa de 900 con ventanales inmensos por ambas calles, alfeizares generosos, donde mi niño se sentaba a jugar con las bolitas de los paraísos que adornaban las veredas.
Cuando mi hijo era chiquito, casualmente, frecuenté mucho esa esquina. Mi madre tenía la manía de regalarle, cada día, un juguete, a su único nieto, con la excusa que para mimar están los abuelos. En el barrio de San Cristóbal se reunían las jugueterías mayoristas, que ofrecían mejor precio y variedad.
Para esos chiches cotidianos, nos habíamos hecho clientas fijas de la que funcionaba en el amplio y hermoso local de Matheu y constitución. Una casa de 900 con ventanales inmensos por ambas calles, alfeizares generosos, donde mi niño se sentaba a jugar con las bolitas de los paraísos que adornaban las veredas.
Estoy segura que más que por otra cosa, se había convertido en nuestra favorita por su buen ambiente. Paredes pastel, vendedores de excelente humor y esa luz indescriptible que se derramaba sobre los objetos y los chicos.
Fue por una coincidencia, años después, persiguiendo la obsesión del “Civico y La Moreira” (1), que di con el legajo policial que me reveló el destino primero del local que albergaba la juguetería.
Quedé tan impactada como si el destino de esas paredes me perteneciera. Quizás por el tremendo cambio, quizás por la rapidez con que se pierde la memoria o por esa sucesión que pasa sin improntas, o porque, en definitiva, donde estaba la noche había entrado el sol.
La tragedia y epopeya, no habían dejado rastros, será que los fantasmas de aquellos que no pudieron ser buenos, se habían enternecido entre trencitos y muñecas.
Las torvas miradas del ayer trocadas en los límpidos ojos de los chicos.
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(1) El cívico y La Moreira, fueron dos personajes del ambiente de avería y del tango primitivo.
Que vivieron, supuestamente, en el Barrio de San Cristobal.
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Pasó tanto tiempo entre una entrega y otra, que posiblemente ya no recuerden el comienzo. Así que si desean leer la anécdota completa, pinchen aqui.
Le pido mil disculpas a Fernando, para quien estuvo dedidacada esta historia, por las ausencias, tan prolongadas.