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Fines de 1980, comienzos de 1990

Cuando mi hijo era chiquito, casualmente, frecuenté mucho esa esquina. Mi madre tenía la manía de regalarle, cada día, un juguete, a su único nieto, con la excusa que para mimar están los abuelos. En el barrio de San Cristóbal se reunían las jugueterías mayoristas, que ofrecían mejor precio y variedad.

Para esos chiches cotidianos, nos habíamos hecho clientas fijas de la que funcionaba en el amplio y hermoso local de Matheu y constitución. Una casa de 900 con ventanales inmensos por ambas calles, alfeizares generosos, donde mi niño se sentaba a jugar con las bolitas de los paraísos que adornaban las veredas.

Estoy segura que más que por otra cosa, se había convertido en nuestra favorita por su buen ambiente. Paredes pastel, vendedores de excelente humor y esa luz indescriptible que se derramaba sobre los objetos y los chicos.

Fue por una coincidencia, años después, persiguiendo la obsesión del “Civico y La Moreira” (1), que di con el legajo policial que me reveló el destino primero del local que albergaba la juguetería.

Quedé tan impactada como si el destino de esas paredes me perteneciera. Quizás por el tremendo cambio, quizás por la rapidez con que se pierde la memoria o por esa sucesión que pasa sin improntas, o porque, en definitiva, donde estaba la noche había entrado el sol.

La tragedia y epopeya, no habían dejado rastros, será que los fantasmas de aquellos que no pudieron ser buenos, se habían enternecido entre trencitos y muñecas.

Las torvas miradas del ayer trocadas en los límpidos ojos de los chicos.
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(1) El cívico y La Moreira, fueron dos personajes del ambiente de avería y del tango primitivo.
Que vivieron, supuestamente, en el Barrio de San Cristobal.
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Pasó tanto tiempo entre una entrega y otra, que posiblemente ya no recuerden el comienzo. Así que si desean leer la anécdota completa, pinchen aqui.
Le pido mil disculpas a Fernando, para quien estuvo dedidacada esta historia, por las ausencias, tan prolongadas.


Dibujo: Roberto Selles, para Revista Galaxia Porteña.
© Roberto Selles - © Galaxia Porteña.
Queda prohibida su reproducción



(Continuación)

A primeros del 1900

En la esquina de Matheu y Constitución, supo haber allá por el 900 un café de ajenjo y avería, donde los desesperados se achuraban feo. Por sus enormes ventanales no se mostraba, sino se escondía, el ambiente rancio, el humo del tabaco negro, los acordes picaditos del tango primitivo, los hombres flacos con chambergo requintado.

Cada noche, el brillo de los cuchillos, se apagaba carne adentro, salpicando con sangre la del muerto anterior, porque ahí no se andaban con chiquitas, supo ser uno de los peores tabernáculos del arrabal.

Al finado lo sacaban para afuera sin disimulos, total la cana (1) respetaba la protección del doctor del comité (2). El vigilante de turno, esperaba para hacer sonar el pito de alarma, que tensaba la noche de los laburantes (3) como un aullido avisando que otro se iba pa l´infierno. Había que hacer tiempo para que el autor del fato piantara (4) a seguro.

Qué negra debía ser la noche y el día entre aquellas paredes donde se estrellaban los posibles.



(1) Cana: en lunfardo “policía”
(2) El doctor de comité, era el caudillo político del barrio, perteneciente por lo general al partido conservador. Usaba a los matones para su rédito político, ofreciéndole a cambio de su servicio, la protección de sus influencias. Todo un sistema feudal.
(3) Laburante: en lunfardo “trabajador”.
(4) Piantar: en lunfardo “irse”.



(continuará)
PD: Extraño mucho leerlos, a fines de semana el trabajo me dejará retornar a la rutina. Los quiero.


Oleo: Geno Lazarov -Bulgaria


Esta historia está dedicada a Fgiucich, que con imaginación y belleza, suele volver una vez y otra a estos particulares personajes, del ayer.

1era parte -Orígenes-

El barrio de San Cristóbal (1), fue en su prehistoria cuna de hombres de avería (2) , unos de verdad, otros de leyenda, porque sabido es que en estas cosas de los orígenes, hay más deseos de epopeya que hechos. Y para muestra, basta con Borges, que re fundó Buenos Aires a la medida de sus fantasmas.

Junto a ellos, también asomadas a la muerte, las esclavas blancas (3) , carne de burdeles, en las que los varones desahogaban sus urgencias y ahondaban sus soledades.

Caminar en aquellas noches del 1900, sobre los adoquines desparejos, bajo los faroles rojos de los prostíbulos anunciando su amasijo humano, debía ser para aquellos, un pasaporte al suicidio que se aceptaba en el morir o el matar.

(Continuará)



(1) Como otros barrios, San Cristóbal comenzó siendo un borde entre la ciudad y la Pampa. Cuando le brotaron los ranchos de los que no tenían lugar en otra parte, fue convirtiéndose en arrabal. Con los años llegó el loteo, el tranvía y los inmigrantes con su gran esperanza de tener casa propia. Compraban un terreno en mensualidades y por las noches, luego de jornadas agotadoras de trabajo, a la luz de un candil, ponían ladrillo sobre ladrillo a su sueño. Juntos a estos gringos trabajadores, convivía el bajo fondo.

(2) Hombres de avería, taitas o malevos. Los diestros en el manejo del cuchillo, generalmente porque habían trabajado en los mataderos, lúmpenes, que ponían su violencia al servicio de algún político.

(3) Argentina tuvo un proceso inmigratorio sin parangón en la historia. En pocos años, los gringos (procedentes de Europa, Asia, Norte de África), duplicaron el número de nativos. Se produjo un desbalance entre los sexos, porque los varones venían generalmente solos y muy jóvenes. Así comenzó la industria de la prostitución. Las muchachas llegaban de Europa, especialmente del este, de a cientos en las bodegas de los barcos, a los Puertos de Buenos Aires, Montevideo y Río de Janeiro, hasta que el emperador brasileño, prohibió la trata y los dos puertos del Río de la Plata, quedaron como penoso destino. Es bueno recordar, que hacia finales del 1800, las naciones europeas, habían prohibido la trata de blancas, aplicando severísimas penas a los infractores, pero, hacían la vista gorda hacia aquellas que eran traídas, por la fuerza o el engaño a estas latitudes.