Una pareja amiga, gente de letras ambos, sostenía la fantasía de una isla de destino. Sin saberlo, como buenos paganos, inventaban un paraíso tan distante, que nadie pudiera interrumpirles la felicidad de estar a solas.
Coincidían en la descripción, pero tenían un punto de desacuerdo en el nombre. Él inventaba apelativos y ella los rechazaba:
- La isla sin nombre.- Porfiaba.
Él insistía con otro. Luego de la lucha verbal, acordaban en que la isla innominada era tan solo aquella de la canela.
Hoy revisando unos documentos del egiptólogo Abraham Rosenvasser, di con una reseña crítica al cuento más antiguo conocido hasta la fecha.
Pertenece a la literatura del antiguo Egipto y tiene por tema las peripecias de un marino náufrago. El argumento tiene similitudes con La Odisea, pero es anterior, del siglo XX a.C. Justo ahora que se habla de la influencia hitita en las epopeyas Homéricas se funden las fuentes.
Pero mi impresión no fue literaria, sino que se relaciona con el saber inconsciente que guardamos como especie. No creo casual que mi amiga deseara mantener a su isla sin bautismo. En tanto mágica, su nombre debía ser un saber oculto en el corazón de los iniciados, o sea: ella y él.
En el cuento egipcio, el náufrago llega a una isla de riquezas sin fin donde reina un dragón, que luego de escuchar el triste relato de los sufrimientos del hombre, le dice:
“Pasarás mes tras mes, hasta que hayas completado 4 meses. Entonces vendrá una nave de la capital de Egipto tripulada por marineros que tú conoces y te irás con ellos al Egipto. Y sucederá no bien hayas partido de este lugar, que nunca más volverás a ver esta isla, porque se hará una con el agua… Arribarás al Egipto en el término de dos meses, estrecharás a tus hijos en tus brazos, renovarás tu vigor en tu ciudad y allí morirás y serás enterrado.”
Para los egipcios era la isla del incienso, la Atlántida de los clásicos, la San Brandán de los marinos medievales, El Dorado en América. Una isla maravillosa que se ve y no se alcanza, pero si ocurriera, nunca más se vuelve a distinguir.
Ella, seguramente entrevió este periplo que cita Rosenvasser. La tempestad, el naufragio, el país extraño, el retorno cierto cargado de riqueza, bah, la vida y el conocimiento…
En algún sitio estará la isla sin nombre de mis amigos. Él tiene aún larga navegación por diferentes mares antes de encontrar esa tierra maravillosa donde ella le espera.