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Charlaba hoy con unos amigos sobre las culturas autóctonas de América. Salió después de algunos meses, el caso del hombre de Caral. Comprobé que el sentimiento que me despertó cuando se dieron a conocer los resultados de la investigación, no ha cambiado.

Entonces, el caso del hombre de Caral me emocionó hasta la sensiblería. Algo muy diferente al interés que me promovieron casos similares.

Me había llegado la noticia que podía verse en Perú la reconstrucción en fibra de vidrio, que el el escultor Edilberto Mérida, había hecho con el apoyo de un equipo de forenses, del jóven de Caral.

Unos cuatro años antes, un equipo de arqueólogos que trababajan en el sitio de esa cultura preincaica, al norte de Lima, había hallado un esqueleto, junto al muro, entre piedras y tierra.
Desnudo, los brazos cruzados en la espalda, no presentaba vestigios de ofrendas.
La técnica, permitió una reconstrucción del hombre que fue, que no solo dejó saber conocer su fisonomía (cara ancha, frente pequeña, nariz recta, cejas semipobladas, cabello lacio que llevaba sujeto con hilos de algodón), su constitución física ( una estatura de aprox. 1,70 m); sino también la vestimenta, el calzado y como se desarrolló su vida.

Se supo que había sido un esclavo, al que dieron muerte cuando apenas tenía unos 20 años, primero con un golpe sobre la cara, para rematarlo días después, cuando aún estaba en agonía, con otro en la nuca. Se cree que fue en castigo a una falta muy grave.

Su vida se había reducido a un ir y venir acarreando piedras sobre sus espaldas, para las construcciones de la ciudad que lo sometía.

Me fijé a la idea de ese muchacho de 20 años, en un cuerpo de 60 a causa de la osteoartritis y la anemia.

Pensé en qué lamentaría dejar cuando lo llevaron al sacrificio, de que amores se despediría, si habrá sentido que el dios de turno se compadecía y lo arrancaba de esa vida miserable que llevaba. Qué habrá buscado con sus ojos, justo antes de recibir el golpe con que comenzó a dársele muerte.

Así como la paradoja que Caral, que 2000 años antes de la fundación de Roma ya era cuna de civilización, se nos hiciera conocida a partir de un “don nadie” muerto hace 5000 años, que no mereció siquiera una tumba.

La rueda de la vida en un giro amplio, muy amplio.

Lo más impresionante, me parece, es alguien le bautizara Waynarumi (joven de piedra), dándole por fin identidad y dignidad humana, 5000 años después que se le terminara la vida.