Las manías a lo Ponto

Publicado por Umma1 enero 27, 2006 Etiquetas: ,

De nuevo a las manías...
(Pero esta vez a lo Ponto)


Luis fue el mejor compañero de viaje que conocí. Posiblemente porque encarnaba sus fantasías más remotas, con la serenidad de quien regresa a casa después del trabajo por los caminos rutinarios.

Con él todo era posible, disfrutable, grato, aventurado.

Por eso fue que investigamos los extraños sucesos del molino quemado.

La idea había germinado en una obligada trasnochada.
Refugiados en casa de unos conocidos de una tormenta que levantaba los árboles, oyendo el viento que rugía estrellándose en los postigos, entrechocando objetos que no veíamos, que prefería enfrentar, a las obligaciones sociales de esa charla que me prefiguraba monótona..

Ese era el inconveniente de salir con él. No sólo conocía a la mitad de la humanidad, sino que la frecuentaba gustoso.

El estado de embelesado enamoramiento en el que flotábamos cuando emprendíamos un recorrido, justificaba esa predilección mía por los rumbos solitarios. Y, si por casualidad, en esas marginalidades tropezábamos con amigos comunes, o con esos que rápidamente encendían mi empatía, abonaba la propuesta de itinerarios comunes, en la ilusión que no se sumarían otros, insoportables.

Luis, en ocasiones me advertía:

- ¿Hoy también vas a ir al maizal, si encontramos conocidos?

Yo enrojecía, soltaba una mala palabra y volvía a mis costumbres.

Si hicimos la investigación fue gracias al hambre que nos apretó, un mediodía tórrido de enero, en que íbamos rumbo al norte.

Vimos una pequeña ciudad y entramos a premiar nuestros estómagos con un tentempié. Dejamos el coche frente a una rambla inmaculada, que bordeaba un mar verde como pampa. Hicimos bien. Las calles interiores colgadas en la ladera de un morro, estrechas, con adoquines que obligaban a caminar a los saltos, ocupadas por las mesas de ofertas de los comercios, por canastos con frutas, por las copas impetuosas de los flamboyanes, formaban un laberinto por donde no pasaba un vehículo.

Buscamos inútilmente un bar donde refugiarnos del sol, de los enjambres de aguaciles, del canto ensordecedor de los grillos. Había comprado un libro de poemas de autor ignoto, que elevaba sobre mi cabeza tratando de protegerme, y que cuando llegaba la oleada de insectos movía como hélice.

Íbamos de un lado al otro tropezando con las caras de los mismos desesperados, que como nosotros daban de frustración en frustración. Entendimos que era una procesión inútil y regresábamos al coche, cuando de sopetón Maite y Vicente se corporizaron.

Salían de la nada o del vapor que el ecuador pone en los ojos.

- No pueden continuar esta noche. Advirtió Vicente- Hay aviso de tormenta.

- Quizás huracán- murmuró ella.

Luis razonó que con tanto turista sería imposible encontrar alojamiento.

- Vengan con nosotros- dijo Vicente- Estamos en casa de unos amigos que con gusto les darán albergue.

Bordeamos el mar hasta una de esas bahías exuberantes que suelen inspirar a los pintores de cuarta categoría. Nuestro amigo señaló la casa. Era una larga mancha mediterránea, un híbrido entre plátanos y muros de orquídeas.

Cuando arribamos al portón y bajaron, dije que yo regresaría al pueblo. Me excusé fabulando que había dejado pendiente la compra de un libro, que era un ejemplar raro que temía perder. Me miraron estupefactos.

- ¿Vas a reconocer el camino a la vuelta?- Preguntaron. Se escuchó, entonces, la voz de Luis

- Tranquilos, ella nunca pierde el rumbo- Capté la ironía, la obvié, y a marcha lenta regresé al pueblo, respirando un rato de libertad antes de entregarme a mi Alcatraz. Caminé hasta encontrar una mesa. Presté atención a las conversaciones a mí alrededor. Había alarma, comenzaban los preparativos.

Volví sin libro a enfrentar a mis huéspedes, que resultaron, para variar, ser conocidos de unos conocidos de Luis.

Se trataba de gente amable que nos ofreció el dormitorio disponible, excusándose porque tendríamos camas separadas; pero nuevos ricos, cursi hasta el extremo de lo soportable. A cada rato era necesario sacudirse el almíbar y la superficialidad, con riesgo de atragantarnos con los rociones de caramelo que coagulaban en el aire.

A poco de llegar, los caseros cerraron ventanas y celosías, asegurando con trabas por dentro y por fuera cada abertura.

El dueño de casa aseguraba que no llegaría huracán, de lo contrario habrían evacuado.

Enlatados, esperamos los sucesos.

Después de la cena, pasamos a un salón tan absurdo como la estructura exterior. Hermosa, espaciosa, decorada con un esmero que resultaba en el remate de una enorme chimenea, con troncos de árboles de la selva que jamás arderían.

Nos acomodamos en unos sillones y sofás de cuero blanco, hundidos en los gigantescos almohadones que envolvían las caderas, mientras la espalda era mimada por las sensuales curvas que brindaban los respaldos, y el gin no detenía su ronda.

Yo me senté separada de Luis, restos del bochorno del día aún me abrasaban.

Llevábamos varias copas cuando rompió la tormenta. Fue un abrir de compuertas. Se escuchó un estrépito contra el techo que hizo temblar las paredes, explosiones continuadas mientras el rugido del viento crecía. Unos segundos después se cortó la luz y se encendieron lámparas de campaña, que dieron al ambiente una tonalidad rojiza, que parpadeaba dibujando en los rostros sombras siniestras.

Yo incómoda y aburrida, viajaba por los sonidos exteriores, cuando escuché mi nombre y la pregunta:

- ¿Conoces las historia del molino quemado?-

No, ni idea. ¿Sobre qué me hablaban? Todo era ridículo esa noche.

Contaron con lujos de detalles, un asesinato brutal, ocurrido hacía unos 100 años, 2400 kms. al sur.

Vicente asoció. Luis aportó otros casos que habían hecho fama. Historias perturbadoras en las que se mezclaba la magia, el vudu, las creencias campesinas en aparecidos, luces malas y venganzas consumadas desde ultratumba.

Yo que había comenzado a escuchar con mi aire sobrador de mujer racional, me di cuenta que se me había puesto la piel de gallina.

Vicente continuó sus relatos, adaptando su voz hipnótica al parpadeo de los faroles. Aunque le conocía sus tretas, me dejé caer en la trampa (eso espero que haya sido).

Escuchábamos con tensión de primitivos, cuando hizo un silencio. Un silencio hondo en el que se escuchaban nuestras respiraciones. En ese momento una corriente de aire helado nos rodeó y jugueteo entre nosotros, al tiempo que se apagaba el conjunto de los faroles.

Maite lanzó un “ay” agudo que cortó el fenómeno y se abrazó llorando a su marido. Yo me levante, volví a sentarme pero en el brazo del sillón, la mano agarrotada sobre el cabezal, mientras Vicente, muy tranquilo, sentenciaba

- Los fantasmas danzan para nosotros, si nos concentramos podremos verlos.-

No había nadie suficientemente valiente, los hombres dieron vida a las lámparas.

Fui a llenar las copas, riendo por fuera; rogando interiormente que aquello se terminara de una vez, que Maite no volviera a gritar mientras sostenía la botella, que nada me rozara, que Luis me llevara a ese dormitorio de dos camas a temblar a su lado sin obligados disimulos.

Al tenderle la copa a Vicente, le espetéLuis fue el mejor compañero de viaje que conocí. Posiblemente porque encarnaba sus fantasías más remotas, con la serenidad de quien regresa a casa después del trabajo por los caminos rutinarios.

Con él todo era posible, disfrutable, grato, aventurado.

Por eso fue que investigamos los extraños sucesos del molino quemado.

La idea había germinado en una obligada trasnochada.
Refugiados en casa de unos conocidos de una tormenta que levantaba los árboles, oyendo el viento que rugía estrellándose en los postigos, entrechocando objetos que no veíamos, que prefería enfrentar, a las obligaciones sociales de esa charla que me prefiguraba monótona..

Ese era el inconveniente de salir con él. No sólo conocía a la mitad de la humanidad, sino que la frecuentaba gustoso.

El estado de embelesado enamoramiento en el que flotábamos cuando emprendíamos un recorrido, justificaba esa predilección mía por los rumbos solitarios. Y, si por casualidad, en esas marginalidades tropezábamos con amigos comunes, o con esos que rápidamente encendían mi empatía, abonaba la propuesta de itinerarios comunes, en la ilusión que no se sumarían otros, insoportables.

Luis, en ocasiones me advertía:

- ¿Hoy también vas a ir al maizal, si encontramos conocidos?

Yo enrojecía, soltaba una mala palabra y volvía a mis costumbres.

Si hicimos la investigación fue gracias al hambre que nos apretó, un mediodía tórrido de enero, en que íbamos rumbo al norte.

Vimos una pequeña ciudad y entramos a premiar nuestros estómagos con un tentempié. Dejamos el coche frente a una rambla inmaculada, que bordeaba un mar verde como pampa. Hicimos bien. Las calles interiores colgadas en la ladera de un morro, estrechas, con adoquines que obligaban a caminar a los saltos, ocupadas por las mesas de ofertas de los comercios, por canastos con frutas, por las copas impetuosas de los flamboyanes, formaban un laberinto por donde no pasaba un vehículo.

Buscamos inútilmente un bar donde refugiarnos del sol, de los enjambres de aguaciles, del canto ensordecedor de los grillos. Había comprado un libro de poemas de autor ignoto, que elevaba sobre mi cabeza tratando de protegerme, y que cuando llegaba la oleada de insectos movía como hélice.

Íbamos de un lado al otro tropezando con las caras de los mismos desesperados, que como nosotros daban de frustración en frustración. Entendimos que era una procesión inútil y regresábamos al coche, cuando de sopetón Maite y Vicente se corporizaron.

Salían de la nada o del vapor que el ecuador pone en los ojos.

- No pueden continuar esta noche. Advirtió Vicente- Hay aviso de tormenta.

- Quizás huracán- murmuró ella.

Luis razonó que con tanto turista sería imposible encontrar alojamiento.

- Vengan con nosotros- dijo Vicente- Estamos en casa de unos amigos que con gusto les darán albergue.

Bordeamos el mar hasta una de esas bahías exuberantes que suelen inspirar a los pintores de cuarta categoría. Nuestro amigo señaló la casa. Era una larga mancha mediterránea, un híbrido entre plátanos y muros de orquídeas.

Cuando arribamos al portón y bajaron, dije que yo regresaría al pueblo. Me excusé fabulando que había dejado pendiente la compra de un libro, que era un ejemplar raro que temía perder. Me miraron estupefactos.

- ¿Vas a reconocer el camino a la vuelta?- Preguntaron. Se escuchó, entonces, la voz de Luis

- Tranquilos, ella nunca pierde el rumbo- Capté la ironía, la obvié, y a marcha lenta regresé al pueblo, respirando un rato de libertad antes de entregarme a mi Alcatraz. Caminé hasta encontrar una mesa. Presté atención a las conversaciones a mí alrededor. Había alarma, comenzaban los preparativos.

Volví sin libro a enfrentar a mis huéspedes, que resultaron, para variar, ser conocidos de unos conocidos de Luis.

Se trataba de gente amable que nos ofreció el dormitorio disponible, excusándose porque tendríamos camas separadas; pero nuevos ricos, cursi hasta el extremo de lo soportable. A cada rato era necesario sacudirse el almíbar y la superficialidad, con riesgo de atragantarnos con los rociones de caramelo que coagulaban en el aire.

A poco de llegar, los caseros cerraron ventanas y celosías, asegurando con trabas por dentro y por fuera cada abertura.

El dueño de casa aseguraba que no llegaría huracán, de lo contrario habrían evacuado.

Enlatados, esperamos los sucesos.

Después de la cena, pasamos a un salón tan absurdo como la estructura exterior. Hermosa, espaciosa, decorada con un esmero que resultaba en el remate de una enorme chimenea, con troncos de árboles de la selva que jamás arderían.

Nos acomodamos en unos sillones y sofás de cuero blanco, hundidos en los gigantescos almohadones que envolvían las caderas, mientras la espalda era mimada por las sensuales curvas que brindaban los respaldos, y el gin no detenía su ronda.

Yo me senté separada de Luis, restos del bochorno del día aún me abrasaban.

Llevábamos varias copas cuando rompió la tormenta. Fue un abrir de compuertas. Se escuchó un estrépito contra el techo que hizo temblar las paredes, explosiones continuadas mientras el rugido del viento crecía. Unos segundos después se cortó la luz y se encendieron lámparas de campaña, que dieron al ambiente una tonalidad rojiza, que parpadeaba dibujando en los rostros sombras siniestras.

Yo incómoda y aburrida, viajaba por los sonidos exteriores, cuando escuché mi nombre y la pregunta:

- ¿Conoces las historia del molino quemado?-

No, ni idea. ¿Sobre qué me hablaban? Todo era ridículo esa noche.

Contaron con lujos de detalles, un asesinato brutal, ocurrido hacía unos 100 años, 2400 kms. al sur.

Vicente asoció. Luis aportó otros casos que habían hecho fama. Historias perturbadoras en las que se mezclaba la magia, el vudu, las creencias campesinas en aparecidos, luces malas y venganzas consumadas desde ultratumba.

Yo que había comenzado a escuchar con mi aire sobrador de mujer racional, me di cuenta que se me había puesto la piel de gallina.

Vicente continuó sus relatos, adaptando su voz hipnótica al parpadeo de los faroles. Aunque le conocía sus tretas, me dejé caer en la trampa (eso espero que haya sido).

Escuchábamos con tensión de primitivos, cuando hizo un silencio. Un silencio hondo en el que se escuchaban nuestras respiraciones. En ese momento una corriente de aire helado nos rodeó y jugueteo entre nosotros, al tiempo que se apagaba el conjunto de los faroles.

Maite lanzó un “ay” agudo que cortó el fenómeno y se abrazó llorando a su marido. Yo me levante, volví a sentarme pero en el brazo del sillón, la mano agarrotada sobre el cabezal, mientras Vicente, muy tranquilo, sentenciaba

- Los fantasmas danzan para nosotros, si nos concentramos podremos verlos.-

No había nadie suficientemente valiente, los hombres dieron vida a las lámparas.

Fui a llenar las copas, riendo por fuera; rogando interiormente que aquello se terminara de una vez, que Maite no volviera a gritar mientras sostenía la botella, que nada me rozara, que Luis me llevara a ese dormitorio de dos camas a temblar a su lado sin obligados disimulos.

Al tenderle la copa a Vicente, le espeté:

- Sos un hijo de puta.-

Todos tratamos de mostrarnos aguerridos, por eso continuamos con las narraciones fantásticas hasta que amaneció y la tormenta fue una anécdota para contar a nuestros nietos.

Al día siguiente decidimos con Luis regresar los 2400 kms. para investigar en la leyenda del molino quemado.

Pero esa es una historia muy larga, que probablemente no tiene que ver con las manías… ¿O si?


Cumplí, Ponto. Me divertí.
Invito a 5 amigos, si lo desean, a sumarse a esta nueva propuesta, que me parece muy pero muy creativa.
Se trata de contar en forma de cuento, metafóricamente, 5 manías de las que arrastramos por la vida.
A los que ya jugaron, no me dirán que solamente tienen 5 locuras cotidianas...



Palabras errantes

20 comentarios:

amelche dijo...

Ok, acepto el reto, pero dame unos días para pensar cómo enfocar la historia. Es que Ponto y tú habéis puesto el listón muy alto con esos relatos tan interesantes y bien redactados. Y ahora es difícil contar algo bonito y original con esos antecedentes tan perfectos.
He contestado tus enriquecedores comentarios en mi blog. Un abrazo:
Ana

Ponto García dijo...

Jajajajaja, yo también me estoy divirtiendo. Y mucho. Gracias por sumarte al juego. Creo que sugerirte que participaras fue un gran acierto!!!

Inventarse una historia con uno mismo de protagonista te puede dejar mucho más desnudo que una lista de hábitos.

Llegué anoche de madugrada. De una velada con amigos. También llovía. ¡Y mucho!. Encendí el portátil y mientras me acostaba, con medio ojo leí las primeras líneas de tu cuento. Pensé mejor mañana, más despierto y más de día. Fantástica tu historia. Qué difícil participar en una reunión agradable, y aquí, y ahora, ocurrió.

Te leo, encanto.

La gata que no esta triste y azul dijo...

ssssssssssssiiiiii

Continuar porfa yo quiero saber que paso en el molino quemado...

Umma1 dijo...

AMELCHE el tiempo que quieras.
Pero no me digas que con esos relatos tuyos, me hacen los paisajes de tus añoranzas, tenés que pensar mucho.
Un beso

Umma1 dijo...

Quien te dijo que es inventada, Ponto?
jajajajja
Un placer seguirte, sos enormemente creativo y escribís exquisitamente.
Todavía estoy pensando en la gripe.

Umma1 dijo...

Jajajajja Mahaya.
El molino quemado existe de verdad.
Dale, sumate a la propuesta de Ponto...
Un beso

Ponto García dijo...

Eh! Umma1! Buena respuesta!

¿Quieres decir que tu eras una de aquellas cinco chicas que conocí en el tren, el último verano, cruzando media Europa?

Fué una noche muy divertida, cada uno hacía su propio viaje. Estación tras estación, nos fuimos juntando sin conocernos, hasta completar el compartimento. Luego estuvimos charlando, mientras hubo vino. Tu contaste una historia terrible sobre un secuestro en un tren nocturno. La luz era ténue y habíamos echado aquellas cortinas verdes. De repente entró el revisor, alguien dió un grito y derramó su vino. ¡Aquel tipo fue quien más se asustó! Por la mañana desayunamos todos en Milán y luego cada uno siguió su camino. Me gustaría volver a encontraros a todas en alguna parte.

... no puedo parar...

Unknown dijo...

Muy interesante, pronto lo hago. Un saludo. S.

Umma1 dijo...

EGOSUM, amigo, me da mucho gusto que te nos unas.
Espero a leerte.
Un beso

Luunn@ dijo...

Lo sigo no tengo tiempo ahora, pero en la nochecita lo hago..
Un beso Umma tkm
Luunna

Umma1 dijo...

Yo también tqm Lunnita.

Umma1 dijo...

Faltaba más más PONTO...
Claro que recuerdo esa noche en el tren a Milán.
Pero te lo cuento en tu blog.
en tu blog...
Un abrazo

amelche dijo...

Espero haber cumplido... Hacía tiempo que no escribía, casi todas esas historias de mi blog son de hace bastantes años. Manías

Umma1 dijo...

Me encantó AMELCHE.
Tus historias son particulares. Porque son muy interiores, pero logran que una se transporte al lugar del que hablás.
Un beso

Luunn@ dijo...

Umma tienes una caracteriztica muy especial es que puedes poner en palabras justas un incidinte y una conversacion y lo convertis en un relato muy entretenido, bueno yo tengo una parte media esoterica,asi que todo el tema de fantasma y situaciones desconocidas y que asustan a la mayoria no me pasa, al contrario.
Fue un placer leerte creo que yo no lograre hacer un relato pero tratare de contarte mis otras costumbres o extrañezas de mi persona
Un abrazo grande TKM
Luunna

Umma1 dijo...

Y va a ser un gusto leerte Luunna.
Como te das cuenta, hay tanto para ir conociendo y mucho para dar, y tanto tanto para recibir.
Un beso nena, nos vemos.

amelche dijo...

Otra buena historia de Alucard

Umma1 dijo...

Si, AMELCHE... De verdad es buena, que forma de describir el invierno, dios...

RomáN dijo...

He llegado algo tarde! , pero me encantará escribir algo con(sobre) mis recurrentes manías.
Muchas gracias por pensar en mí!
Un abrazo

Anónimo dijo...

Excellent, love it!
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