Recuerdo cuando Ponto escribió un cuento maravilloso sobre la gripe A.
¡Cuanto ha llovido desde entonces!. Quién nos iba a decir que viviríamos una pandemia, que estaríamos encerrados en nuestras casas, que por meses pasaríamos los días pendientes de los datos emitía el gobierno sobre el número de contagiados, de muertos.
Que a través de los grupos barriales de Facebook, nos enteraríamos de las novedades absurdas, irremediables que ocurrían tan cerca y a la vez tan alejadas de nuestros sentidos.
Pasado el tiempo, cuando creemos que hemos dejado atrás esos hechos, nos llegan noticias:
- Sabés que Fulanita murió por Covid-
- ¿Cómo es posible, era una mujer relativamente joven, de buena salud?
Así se cae en cuenta que a personas con las que uno tuvo trato personal también formaron parte de las estadísticas fúnebres.
Manías nos quedaron. Si se es observador salta a la vista, que lo que pasó pasó de verdad.
No importa si la estación es primavera, el aire en una ciudad tan arbolada exuda polen, si alguien tose, los demás ponen mala cara, y alejan el cuerpo.
Como sea volvimos a la normalidad. A los trámites, a los museos, a caminar por San Telmo, a comprar libros, a tomar una cerveza mirando como un sauce se sacude con la brisa.
Hemos vuelto a la noria, pero con una guerra allá, bien al Este.