Oleo: Aguijarro
Hay escritores que últimamente manifiestan alergia a la escritura en red, y, lo mismo que Job de tanto rascarse, ya no se soportan la piel. En esas está don Marcelo Birmajer, que subido al pedestal de los padres de las letras, hace unas semanas se despachó a gusto contra los blogs, desde la Revista Ñ.
Ven estos espacios como una amenaza (¿?) y por eso chillan, señalándonos a los blogueros como trapisondistas envidiosos de los dueños de las palabras, o sea los que leen sus ideas en papel impreso.
Algo en apariencia muy loco, porque un libro y un espacio virtual no son comparables. Diferentes medios de comunicación con estilos, técnicas y tiempos propios.
Entonces… Dado que todo tiene una razón y recordando aquello de: “Ladran, Sancho, señal que cabalgamos”, me preguntaba ¿Porqué Birmajer, recalca que quienes hacemos los blogs, somos escritores frustrados que nos creemos artistas?, ¿porqué la alarma?, ¿Porqué comparar salchichas con algarrobos?
A simple vista, el blog es una forma sofisticada de charla de café.
Con la capacidad metafórica, el humor, la salud, el tiempo, que cada contertuliano amanezca, nos reunimos a lo largo del día y de los años, a acompañarnos. ¿Entonces, cómo se fundamenta esa pretendida vocación de escribidores chatos (me perdone Márquez) que nos adjudica? ¿No seríamos, mejor, devotos del intercambio?
¿Será que hay amenaza para las páginas que supieron imprimir?, ¿Para la silla en la feria del libro? ¿para ese saborcito a almibar que se desparrama por la sangre, ¡bendito sea el azucar!, cuando alguien reconoce el apellido?.
Como lectora vieja, sé que no hay otro peligro para la literatura, que las pésimas políticas editoriales y los tiempos de chatura creativa que reflejan.
No hay una fisura por donde surja una ráfaga de aire nuevo, un giro que nos apasione. Creo que desde el realismo mágico, no hay autor que nos sorprenda.
¿Qué hay escritores buenos?, desde luego. ¡Excelentes! y, son los que nos conservan la motivación, junto a los libros de viejo. Pero la llama literaria se nos está durmiendo, porque los editores prefieren lo malo a lo osado. Porque publican mucho más de lo que el mercado puede consumir, porque reducen el arte al cambalache. Porque lograron que ahora los libros se vendan en los hiper junto a los tomates y las zapatillas... Ay Señores, ¿qué lugar del infierno les estará destinado?
Hace un rato, en la página de Cerrillo, creí entender porque hay tanto ofuscado contra estas hojitas virtuales.
Quizás porque en algunos de ellas se está escondiendo lo verdaderamente literario.
En las breves dimensiones de un post, emerge la literatura en su estado natural: el revulsivo, con sus atributos de profundidad, carisma, verosimilitud, ironía, fantasía y belleza.
La expresión sin mercado, ergo sin censuras. Entonces, hay permiso… rienda suelta al divagueo, a la celebración de la palabra, a seguir el pulso de la emoción, y la adormidera de las decepciones.
No es que todos los blogs sean literarios, pero los que lo son: maravillan.
Una queda, frente a ellos, boquiabierta, agradecida. Los cuentos de
Baakanit, los posts de
Cerrillo, de
Cacho de pan, las reflexiones ácidas de
Vladimir y otras tantas joyas que Uds. y yo conocemos.
Quizás ahí esta la clave del aspaviento.
Celebro, entonces, la gracia, el buen gusto, la perspectiva, el uso de las tijeras, la originalidad, el atrevimiento de desnudarse de los mejores…
Y por todos nosotros, los que llevamos otros estilos, que sin darnos cuenta, con nuestros aciertos, ingenio y esperanzas cotidianas, amasamos nuevas formas de proximidad.
¡Vivan los blogs!