Anda el otoño queriendo entrar. Buenos Aires está indeciso, cambiante, algo agobiado por esa manía de las repeticiones, que se imponen o, que por pura neurosis tendemos a reencontrar.
Unos árboles están verdes, otros se han derramado ya sobre las veredas. Muchas personas llenan los cafés, otros muchos duermen en las calles, rogando que el frío demore su llegada.
A los pobres, nunca se les escuchan los deseos, hoy a la nueve, teníamos 7 grados y un viento, que invitaba a bailar una loca danza a los arbustos que plantaron, en una de las calles más bonitas del barrio, que ahora está recargada y desconcertante.
En ocasiones, cierro los ojos y veo otra calle, en otro hemisferio, en la que viví varios meses y ojalá, no se interponga la mala voluntad de los hombres, para impedir mi retorno.
Yo he residido en lugares preciosos, de esos que la gente menciona y se le llena la boca de elogios, mientras Stendhal tironea de ellas y los marea y a veces los desmaya. Pero nunca tan bellas y románticas como esas calles romanas, con nombres de dioses antiquísimos, de deidades temidas y adoradas.
Independientemente de su arquitectura, es ese vértice en el que se cruzan los tiempos, las sabinas siendo violadas a unos pasos a mi derecha, mientras una turba de gente de todas las edades, buscan hispanoparlantes, para comprender porque todo es tan lento, si una los escucha, ellos muestran papeles, más papeles, copias de actas de nacimiento de antepasados de los que no saben nada, salvo que eran italianos. Están tan estresados; todo para lograr una ciudadanía en la que han depositado la esperanza. Buenos Aires, la bien amada, la bien nombrada, la que nació de las entrañas de una leyenda, se ha vuelto el confín de los adioses.
Tiempos complejos, en los que las personas deciden seguir fascinados, a cierto flautista.
Jóvenes, viejos, los que llegan, los que están desde siempre, unos de estreno, otros que ya deberían ser algo sabios, todos en la turbulencia, pronunciando las terribles palabras sin pudor, sin miedo. Como si la fatalidad hubiera abierto sus fauces y los hubiera tragado.
Umma - 4 de abril de 2015
1 comentarios:
Una gran entrada, has sabido envolverla en un aire triste y hermoso.. como esas calles que has descrito con tanta precisión.
Entregamos nuestras esperanzas a los dioses de la burocracia, no hay mucha diferencia entre eso y el pastor que sacrifica a su mejor becerro a unos dioses altivos que nunca escucha.
Saludos
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